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jueves, 23 de septiembre de 2010

Del otoño y sus parvadas



Entró el otoño. Y así se siente, como si hubiera entrado hecho una ráfaga de ocres y de cielos azules. Anuncia su llegada con orgullo y elegancia. Es tiempo de cosecha, de trabajo, de recompensa. Me encantan los colores del otoño, tan cálidos y ecuánimes, tan contundentes. En el otoño tengo ganas de caminar y dejarme envolver por el paisaje, tengo ganas de té caliente, de lectura al aire libre, de estrenar una pashmina y de escribirle cartas a la vida.

Aún no hace frío... pero vendrá pronto. Por eso me gusta esta estación, me recuerda que hay que vivir ahora, en este instante, ahora que es evidente que mi corazón late, que aún poso mis ojos en un horizonte colorido, que escucho el crujir de las hojas, que siento a mi cabello danzar con este viento fresco.

También es un tiempo de transición. Los árboles dejan caer las hojas secas, sueltan lo que ya no sirve, se preparan para el silencio del invierno, necesario para renacer. Los pájaros lo notan, pronto habrá demasiada quietud y frío. Mejor emigran.

Y esa es mi sensación. Yo también quiero dejar caer lo que no ilumina mi vida, lo que ensombrece mi mirada, lo que no me sirve. Una limpieza del entorno, del espacio propio, y del alma se vuelve inminente, necesaria. He estado organizando armarios y sacudiéndome el corazón. Llegará el silencio, el invierno. Pero no tengo miedo. Ya sé que todo pasa. Hasta lo que parece eterno.

Bienvenido el otoño y su cosecha, su luna llena, y sus parvadas de aves surcando los cielos con rumbo al sol.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mi gato y mis ganas de cantar

Tengo un gato residente y como siete visitantes subrepticios. No sé si Timothy invita, o si es su apatía la que los deja pasar. Me sorprende cómo mira al desfile de mininos atragantarse con sus croquetas, cómodamente apoltronado en mi silla de ratán. Tal vez ya es un gato viejo, maduro y cansado -tiene unos 6 años-, o tal vez es un felino de carácter tibio. Quizás sea un poco cobarde, o tal vez se trate del efecto secundario de su esterilización. O probablemente sólo sea que él ya comió y no siente necesidad alguna de defender las sobras... ¡total!, cuando vuelva a tener hambre sólo tiene que maullar un rato junto a mi ventana.

Dicen que todo se parece a su dueño... y yo me pregunto, ¿será?

He de decir que, aunque a veces me siento agotada de mi rol de mamá en sus 40s, sigo teniendo suficiente energía para defender lo mío. Tibia, no es una palabra que usaría para autodefinirme. Aún no estoy esterilizada y de un tiempo para acá sé que soy valiente. En cuanto a sentirme satisfecha como para no tener necesidad de defender las sobras... ¡tampoco es mi caso! Por el contrario, suelo estar en una eterna búsqueda de aquello que me falta, de lo que todavía no alcanzo, de lo que aún quiero conquistar.

Finalmente está lo de maullar junto a una ventana. ¡Eso sí que me gustaría! Aunque sustituiría la palabra maullar por la palabra cantar. Y hacerlo junto a una ventana o caminando por el campo sería un detalle sin la más mínima importancia. ¡Cómo se me antoja tener esa bellísima capacidad de alzar la voz con armonía y entonar una canción para arrullar al alma!

En conclusión, creo que en este caso, la dueña no se parezca a su gato... Y es muy bueno que además tenga conciencia de ello, porque si creyera que sé cantar como él aúlla, no dejaría dormir a los vecinos con tanta serenata. Pero como sí lo sé, mejor les comparto el hermoso canto de alguien que sí canta bellísimo, con la canción con la que esta noche mantendría a mi vecindario con insomnio: El Caracol, interpretada por Susana Harp.