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miércoles, 19 de enero de 2011

Mirando el cielo

La historia se cuenta en guerras, la vida en desgracias, el día en problemas... ¡qué formas tan sutiles tenemos de mirar el punto negro en la hoja en blanco!

Hace algunos años tuve la oportunidad de asistir a una boda hindú en Calcuta. Disfruté muchísimo el evento, por todos los rituales tan exóticos, por su espiritualidad, por su colorido, por su alegría.

Y luego vino el viaje. Aprovechamos para conocer algunas de las ciudades principales de la región de Rajasthan, incluídos Udaipur con su hermosísimo palacio en medio de un lago, Jaipur con su increíble arquitectura y diminutas ventanitas, la belleza de la ciudad abandonada de Fatehpur Sikri, y la majestuosidad del famoso Taj Mahal.

Cuando volví de mi viaje, cargada con miles de fotos hermosas, algunos saris de seda y deliciosos sabores nuevos en la memoria y el paladar, venía triste. Triste es poco, ¡deprimida! No podía quitarme de la mente las imágenes de cientos de niños pordioseros, con sus caritas sucias y llenas de moscas, flaquitos y mugrosos rogándonos limosna cada diez pasos. No podía dejar de pensar en las mujeres, enfundadas en sus saris coloridos, cargando en la cabeza sacos de material para la construcción en cualquier calle; no podía olvidar a los mutilados que salían en cada esquina, a los perros con sarna como rebaños en las calles; no podía quitarme la tristeza de todo lo que no podía hacer para ayudar a tantos millones de personas en desgracia...

Así, cuando una señora en un encuentro casual me preguntó ¿qué te pareció la India? Yo le respondí con mi lacónico recuerdo impregnándome la voz "Fue un viaje muy difícil, lloraba todo el día mirando la miseria ahí, a la mano y a la vista, me deprimí muchísimo". Ella me sorprendió con su respuesta: "Mira, es que hay dos formas de visitar la India, mirando el suelo o mirando el cielo", dijo categórica. "Yo fui mirando el cielo, y ha sido uno de los mejores viajes de mi vida".

Su afirmación fue una enseñanza que hoy recupero con esta reflexión. También hay esas mismas formas de contar la historia, la vida, el día.... a partir de las guerras entre los pueblos, o de la fraternidad humana, a partir de las desgracias o de las bendiciones, a partir de los problemas o de las oportunidades. ¡Mis recuerdos del viaje a la India estaban centrados en lo doloroso! Mi memoria discriminaba las miradas profundas, las sonrisas sinceras, la alegría contagiosa aún en la pobreza, la belleza de la gratitud de esa gente que, con todas sus carencias, agradecían postrados en el piso por lo que sí tenían...

Hoy te invito a ver -en tu entorno y en tu interior- los monumentos en lugar de las ruinas, a optar por los motivos para sonreír, en vez de aquellos para lamentarnos, a contar pero sobre todo a vivir la vida desde la dicha de estar vivos, desde el gozo de aprender, desde la capacidad de ver la belleza y la bondad implícitas en cada experiencia.

¿Qué tal empezar por recordar todas las veces que nos hemos enamorado más que todas las veces que nos hemos decepcionado? ¿Cómo contarías hoy tu día, si lo hubieras caminado mirando el cielo?

miércoles, 5 de enero de 2011

Porque ya casi no duele

La ausencia de dolor es maravillosa. Y, salvo cuando estamos inmersos en el dolor, ¡la damos tan por sentada! Un dolor de muelas, un calambre, una jaqueca, un cólico, nos hacen perder el equilibrio, la capacidad de disfrutar el momento, hasta de respirar fluidamente... Cuando por fin desaparece, sonreímos de oreja buscando a quién agradecer el milagro.

Y así nos pasa con todo. No solemos darnos cuenta de la abundancia, hasta que sentimos la carencia. No solemos vivir con el corazón lleno de gratitud, hasta que se cruza en nuestro camino una pérdida irremediable y, sólo entonces, caemos en cuenta de lo mucho que apreciábamos eso que perdimos.

Supongo que es nuestra naturaleza. Pero esas pérdidas, esas carencias, ese dolor nos presentan la oportunidad de reconocer lo que antes había, y con ello, lo que aún tenemos. Nos regalan instantes de lucidez para recordar lo bendecidos que somos con el puro hecho de estar vivos, más los infinitos añadidos que tenemos cada uno en nuestra existencia.

Hoy, después de una buena dósis de analgésicos, me deshice de un dolor casi insoportable. Y me siento renovada, viva, tranquila, feliz. Con tanto por lo que decir gracias, hoy doy gracias por que no me duele nada (o bueno, casi nada!) ¡Qué bendición!

Y ¿tú?, ¿de qué das gracias este día?