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martes, 19 de mayo de 2020

A puerta cerrada

Hay días en que ni siquiera abrimos la puerta, llega la noche y la llave sigue colgada ahí, inmóvil, en la chapa de la pesada puerta a través de la cual vemos el mundo, casi inmóvil allá afuera. Y digo casi, porque de vez en cuando pasan personas, con tapabocas, paseando a sus perros. Cuando los miro, no puedo dejar de pensar en aquellas fotos que veía en internet a principios del año, en las que se podían apreciar las calles de China, con la gente vestida como astronautas, o en botargas ridículas, o con protecciones caseras hechas con botellas de plástico y disfraces de fiesta. Me parecía algo tan lejano, tan chino; algo que no pasaba en estos lares, sino que era propio de aquellas latitudes tan exóticas donde siempre ocurrían cosas raras.

Las noticias
Luego fuimos teniendo noticia de que ese raro virus comenzaba a moverse por el mundo, primero a Europa, y luego a Estados Unidos. Surgían brotes en distintas partes del mundo, como si se tratara de una película de Hollywood en la que los oficiales del pentágono veían en ese mapa gigantesco iluminado, la amenaza acercándose, rodeándonos. Pero la veíamos nosotros, ciudadanos de a pie, en nuestra computadora que transmitía el noticiero cada mañana. Aún seguíamos incrédulos, preguntándonos si era algo realmente peligroso, por lo que hubiera que preocuparse. Hasta que la OMS dio un comunicado oficial dirigido al planeta entero: estábamos ante una pandemia sin precedentes, no había vacuna, ni tratamiento, ni certeza de cómo se comportaría este virus y todos debíamos quedarnos en casa. Seguía sonando como una película, pero el miedo ya se sentía más palpable en la boca del estómago.

Incredulidad

Tardamos en reaccionar. Algunas personas que estaban fuera del país, movidas por la preocupación, regresaron pronto a casa, mientras muchos otros cancelábamos viajes al extranjero ante la incertidumbre de lo que estaba ocurriendo. Pero todavía parecía una exageración. Quienes no reaccionaron a tiempo, se quedaron atrapados lejos de casa cuando las fronteras de algunos países comenzaron a cerrarse. Todo un plot para una película taquillera, no podía estar pasando de verdad.

Encerrados

Y bueno, aquí estamos, encerrados desde hace dos meses y 5 días, guardando la distancia social, haciendo las compras del súper a domicilio, trabajando y estudiando desde casa, limitando al máximo nuestra interacción social, e incluso familiar. Hay miedo, sin duda, como una de las motivaciones para apegarse al mandato de quedarse en casa, y también hay responsabilidad, un afán por no poner en riesgo a otros, en especial a los más vulnerables, nuestros adultos mayores y la gente que tiene enfermedades crónicas.

Conforme fueron pasando las semanas, la gente se empezaba a desesperar, rompían la cuarentena y tomaban riesgos innecesarios. En las noticias reportaban que se estaban preparando para recibir infectados de Covid19, tratando de ampliar en la medida de lo posible, el número de camas de terapia intensiva disponibles en el país. Porque aunque la tasa de mortalidad de esta enfermedad era muy baja, teniendo una tasa de contagio tan alta, era capaz de saturar los servicios de salud públicos y privados, y aumentar con ello el número de muertos por esta infección. Daba la impresión de ser un mero discurso; nadie a mi alrededor conocía a ninguna persona que hubiera sido infectada.... aún. Poco a poco empezamos a saber de casos lejanos, algún amigo de un vecino, una persona famosa, un familiar lejano al que nunca habíamos visto. En las redes sociales salían testimonios de médicos hablando entre sollozos, de lo desesperada que era la situación en los hospitales, nos imploraban, por nosotros y por ellos, quedarnos en casa. Tal vez después de todo, nosotros que estábamos en casa, estábamos a salvo. Sólo había que tener paciencia y mantenernos aquí, nosotros que teníamos el privilegio de poder hacerlo sin que nuestra economía familiar colapsara la primera semana. Pero luego, empezaron los casos cercanos: personas conocidas, amigos, incluso algunos que habían mantenido la cuarentena, familiares en primera línea. Ahora sí parecía real.

Confusión

También empezaron los cuestionamientos: ¿cuánto tiempo íbamos a vivir así?, ¿qué no había habido antes muchos virus como estos y nuestro sistema inmunológico debería poder lidiar con ellos?, ¿sería esto una farsa para tomar medidas de control y terminar con libertades básicas de los ciudadanos? Reinaba la confusión, porque mucha gente, desesperada por volver a trabajar para poder alimentar a la familia, o por las millonarias pérdidas de los grandes negocios, presionaban para que la cuarentena terminara, para reactivar la economía. Al parecer lo peor había pasado. Pero también había quien advertía, ¡que iba a regresar!, qué era indispensable esperar a que estuviera lista la vacuna... un mes, dos, seis meses más...

Y la puerta seguía cerrada, sin saber a ciencia cierta que ocurría allá afuera. Esperando. Temiendo. Preguntándonos. Paralizados.

Adaptándonos

Un día, decidimos aprovechar los espacios disponibles de la casa, amplios y agradables -muy afortunadamente. Comenzamos a cambiar nuestro lugar de trabajo; a veces en la sala, a veces en el estudio, a veces en el comedor, incluso en la terraza. Nos esmeramos en poner mesas bonitas todos los días, y comenzamos a disfrutar mantener la casa limpia y ordenada, aunque nos lastimamos la espalda las primeras veces que barrimos (la falta de costumbre). Yo le tomé un gusto especial a tender la ropa al sol, me gusta el olor de la ropa limpia, y cada vez que veo los tendederos portátiles en medio del jardín, con ropa multicolor moviéndose con el viento, siento algo bonito en el corazón, que no sé identificar... creo que tiene algo que ver con una sensación agradable de cuidar, de amar. Aún no le tomo gusto a trapear... me sale bastante mal, con todo y que conseguimos una cubeta que exprime el trapeador sin necesidad de meter las manos. Supongo que cada uno tiene distintos talentos, el mío está más sacudir que en limpiar el piso.

Hoy, decidimos asolearnos en el jardín. Con traje de baño y toallas a rayas, disfrutamos el día soleado, y el viento suave que movía las palmeras del jardín. Qué privilegio de clima, sin duda. Yo me puse bronceador y, si cerraba los ojos, me sentía como si estuviera de vacaciones en algún destino lejano y agradable. Qué afortunada de poder sentirme de vacaciones en mi propia casa, a puerta cerrada.

Esperanza

Pero esta noche, la abrimos. Salimos caminando al contenedor de basura cercano, para tirar la basura de un par de días. Aprovechamos para que Maya, nuestra perrita, caminara un poco, y por supuesto, tres de los cinco gatos salieron detrás de nosotros. En la obscuridad de la noche vimos una figura a lo lejos, también traía un perrito, con correa. Se sorprendió de ver que los gatos nos seguían, intercambiamos algunos comentarios sobre los animales, y nos sonreímos mutuamente. Para mi fue como si viviéramos en Minecraft y, de pronto, ¡encontráramos otro ser humano en medio de ese mundo tan desierto! Me causó alegría.

No me desagrada vivir en mi casa a puerta cerrada, pero sin duda, el encuentro con los otros es algo que entibia el corazón, hasta el de los más solitarios.

Por lo pronto, nos mantendremos aquí adentro, pendientes de las noticias y las indicaciones. Repitiéndonos una y otra vez, conforme pasan las semanas, que ¡volveremos a abrazarnos!