Y el mundo se detiene. Un instante, quizás, en un lugar del mundo, para millones de almas. Millones que son apenas unos cuantos en este mundo inmenso. Pero sucede. De pronto nada importa, sólo el deseo de que esto pase, sólo el deseo de seguir vivo, sólo el miedo y el anhelo.
Y luego el silencio. Pasa el temblor, el terror, el peligro de muerte inminente. Queda el desconcierto. Y el darse cuenta de que era una ilusión. El mundo no se detuvo. Siguió girando, ahora alterado y temeroso. Ahora triste y desconcertante. Transformado. Como siempre, en realidad, sólo que hoy lo notamos.
Cuando sucede que al abrir los ojos nos enteramos de que algo terrible sucedió en el mundo, entramos en shock. Nos compadecemos de corazón de quienes están sufriendo, damos gracias por estar bien y de este lado del mundo. Apreciamos lo que tenemos, mientras sentimos el corazón encogido por quienes no tuvieron la misma suerte.
Es un momento de compasión, de corazón abierto, de gratitud. Es un momento de oportunidad para el amor.
Hoy tenemos dos opciones: quedarnos pasmados frente al televisor mirando como autómatas las mismas imágenes terroríficas del temblor y los tsunamis de Japón, sintiéndonos impactados y vulnerables. Lo que suele paralizar y dejarnos en el miedo. O contactar desde lo más profundo con ese dolor y ser amor en cada paso y parpadeo de nuestra vida. El amor es movimiento. Nos hace buscar la manera de apoyar a los afectados, y también actuar amorosamente en nuestro entorno inmediato, en esta vida que tenemos y que esta mañana estaba intacta.
Te invito a hacer un ejercicio de amor y gratitud, al tiempo que enviamos luz, fuerza y los recursos a nuestro alcance para nuestros hermanos en Japón.
Aquí sentados delante de la pantalla a veces no somos conscientes del dolor que asola otras partes del planeta.
ResponderEliminarGracias por acordarte de todos aquellos que estan sufriendo en Japón.
Gracias por tus palabras.