No regamos a diario. Tratamos de ahorrar agua y mantener al mismo tiempo este pequeño paraíso verde y fresco. Y la tierra es tan noble, la vida tan empecinada y el clima de este lugar tan benévolo, que hasta las plantas más arrinconadas retoñan sin preguntar. El platanar sigue regalándonos pencas como si no quisiéramos comer nada más en todo el año. Y ahora también está el papayo, que ya tiene un fruto que promete colorido y dulzura, y unas cuantas flores que pronto darán paso a más regalos como éste.
Pero hoy, me he quedado embelesada con el pasto... el verde pasto. Que parece querer decirme a gritos: !vive, yo invito! Siente el placer del agua fresca, del sol, de la mañana, de las luciérnagas cuando entra la noche, de la luz de luna, del viento a media noche.... ¡vive!
Y sí... hoy me siento viva.
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