También lo que no me gusta está bien. Cada cosa está en su lugar. Cada situación o condición de mi vida es un "efecto", proveniente de una "causa". O dicho más simplemente, cada cosa tiene -inherentemente- su razón de ser, a veces evidente para mi y otras no tanto. Pero sé que así es. Saberlo me da paz. Me permite acercarme a la reconciliación, a la aceptación, a observar mi realidad sin juzgarla -o al menos a intentarlo con mayor conciencia.
Hace unos días hubo otro terremoto en mi vida. Una "réplica" sería una mejor forma de describirlo. Una secuela de marasmos y tormentas pasadas, un indicio de que, por supuesto, aún tengo áreas de oportunidad (¡muchas!) para crecer, para soltar, para asumir lo inevitable: la inestabilidad de todo lo que existe, el cambio, la impermanencia.
El "desastre" trajo consigo, como lo habrían hecho las olas posteriores a un ciclón, un montón de escombro: basura emocional, reproches sin sentido, dolor que se volvió agresión, y una brutal dósis de verdades y secretos liberados. La forma fue la menos adecuada, pero liberar secretos y mentiras fue, me parece, sano y positivo.
Es increíble lo que puede doler a veces la verdad. Y sin embargo, como lo dicen todos los sabios, la verdad libera.
Me gusta vivir en la verdad. Me gusta tocar la sensación de transparencia, de integridad... aunque quisiera poder vivirla en paz, sin más motivación que la verdad misma. Sin más afán que ella misma... y la luz que irradia un corazón del color del aire o de la luna llena a media tarde... traslúcida, blanca, pura.
No quiero sólo rozarla... quiero estar ahí, completamente. Y el mejor camino que he encontrado para intentar, intentar e intentar, es el Dharma.
Me siento emocionada, alviada y agradecida de que, en unos cuantos días, estaré de nuevo ahí, escuchando las enseñanzas de mi Lama, Toni Karam. ¡Cuánto lo había extrañado! Qué afortunada...
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