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domingo, 27 de junio de 2010

Cumpleaños y soledades

La mañana parecía tranquila. Ideal para tomar un baño relajante y arreglarse con tiempo y parsimonia para recibir invitados. Pero se volvió una mañana de pendientes no previstos: ¡Faltan las flores!, y el clavo que me encargó mi papá para poner sobre carbón y ahuyentar a las moscas en el jardín. Y, ¿qué voy a dar de botana?, habrá que ir por un queso, pan campesino y unos cuantos kilos de fruta fresca y colorida para este día tan caluroso. ¡Uy!, no había pensado en el agua de sabor para beber, ¡ni en mi pastel!, ese lo compraba siempre alguien más pensando en mí. La cerveza está al tiempo, también hay que ir por una bolsa de hielo, poner la carpa para la sombra, acomodar las mesas de servicio y buscar los manteles largos y alegres para la ocasión... Y estoy a dos horas escasas de la hora de la cita, ¡mis invitados llegarán antes que yo!

Inicié vigorosa, estrenando blusa y calzando alpargatas azul cielo, el recorrido de los mil y un pendientes. Mis lentes obscuros protegían a mis ojos del sol intenso, y protegían al sol de mis lágrimas inoportunas. Llegaron sin aviso mientras iba conduciendo, sintiéndome fatal de preparar mi fiesta sin un par de brazos solidarios y cariñosos haciendo equipo conmigo. Pensé en tí, inevitable, y te extrañé. No sólo por la ausencia que sentía en estas horas de armar la bienvenida a los amigos y quereres, sino por tanto compartido que hoy no compartiríamos.

Pero luego me sequé las lágimas. Pensé en las formas en que sí estás en esta etapa diferente de nuestras vidas. Pensé en los brazos, ojos y corazones que hoy me acompañarían y para quienes preparaba todo esto con cariño y emoción... recordé lo afortunada que soy por tanto amor que me rodea. Y pensé: puedo cargar unas sillas, unas mesas y las copas para el vino por mi cuenta. No pasa nada. Lo que sería realmente triste es que decidiera no hacerlo...

Entonces llegué a casa, con el carro cargado de flores de colores, con el agua de coco y mandarina, con los manteles largos y el pan campesino y crujiente... Y encontré a mi papá, inventando mecheros para humear el ambiente con perfume de clavo para todas las mesas. Lo abracé y pensé: Sí que fui tonta. Soy sola, por supuesto. Solos somos todos. Pero tengo un tesoro tan repleto de amores... Todos fueron llegando, poco a poco. Y cuando cayó la lluvia por la tarde, empapando la fiesta y las risas, y las miradas tiernas y el cariño genuino de la gente a mi lado... volví por un momento la mirada al espejo y sonreí. Cuántas soledades necesito para aprender que sola se está siempre, y que es sólo entonces, desde esa soledad conciente y plena, que se siente el calor de otras soledades que acompañan.

Gracias, amigos, por estar en mi vida de esta forma.

2 comentarios:

  1. Ante el silencio a veces sólo somos capaces de sondar lo que habita o deambula en nuetras egoístas soledades, y son tan mínimas, tan pragmáticas, nuestras más próximas necesidades, que recurrimos a la brasa perenne de lo marchito, aquello que algun día fue luz que hoy quema para bien que sabe qué diablos... Pero bueno, menos mal que la soledad y la nostalgia es un bien relativo compartido, que existen los otros, que son una parte de nosotros a pesar de nosotros mismos; esos nuestros eternos, esos nuestros familiares, esos nuestros siempre amigos... Qué bien, y que gran remanso es siempre saber, que ante el gran vacío jamás estaremos solos. Una bendición sin duda alguna. Dios existe, esta es la prueba. O quisiera creerlo.

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