Translate

viernes, 9 de noviembre de 2012

Besos que dejan en paz



El beso azul, de María Amaral, fue tomado de este blog.


Con un guiño para Victor y sus frases provocativas

¿Qué es un beso? Dice el diccionario de la RAE en una de sus definiciones que es el "golpe que se dan las cosas cuando se tropiezan unas con otras". De verdad, no lo estoy inventando, eso dice.  Y yo que andaba buscando inspiración para darle continuidad a la enigmática frase de mi amigo Victor: "...esos besos que dejan en paz". 

Me quedé preguntándome, ¿de verdad hay besos que dejan en paz? Cuando pienso en besos se me inquieta la piel de alguna forma: de deseo, de ternura, de gozo, de amor, de cariño o incluso de repulsión. Pero no precisamente de paz. Sólo hay una imagen que me viene a la mente cuando trato de relacionar besos y paz. El beso que le doy a mis hijos antes de irme a dormir, cuando ellos ya están en su quinto sueño y respiran tranquilos, confiados, sin ningún dolor ni preocupación. No puedo irme a la cama sin ese ritual. Y cuando no están en casa, lo hago con la mente y sí, me llena de paz.

Y no es lo mismo que un beso de las buenas noches. Ese suele ser un beso un poco más apresurado: ¡a dormir que mañana madrugamos! Es un beso que tiene la función de un punto final para el día; en el caso de Renato, el más pequeño, es también un intento de pase mágico para encontrar el botón de pausa del inquieto chiquillo que me pone de cabeza todo el día. Pretende ser sedante sin lograrlo, se vuelve divertido con sus risas que me indican que se resiste al silencio, pero él comprende que por esa noche el show se da por terminado. En el caso de Sabina, cada vez más lejos de la niñez y más cerca de sus propios caminos, es un momento atemporal, en donde puedo ser su mamá y ella mi chiquita, aunque ya casi me alcance en estatura. Es una ventana de permiso para mi de apapacharla, de permiso para ella de dejarse apapachar. 

Y luego están los besos de bienvenida, eufóricos y alegres; los de despedida, nostálgicos, tristes o cansados. Los besos enamorados... no, definitivamente no dejan en paz. Los besos habituales, de pasadita o mecánicos o casi sin notarlos, no es paz lo que dejan, cuando mucho indiferencia.

Pues no encuentro muchos ejemplos de "esos besos que dejan en paz", pero como la curiosidad mató al gato (y no lo mató muy en paz pero sí muy entretenido), seguiré experimentando con aquello de "golpear" mis labios "al tropezarme", capaz que descubro más de ese tipo de besos. 


viernes, 10 de febrero de 2012

No me haces feliz, no me haces triste.



¿Que si soy más infeliz desde que me divorcié? Fue una pregunta que hizo hace poco una niñita a la que amo con todo mi corazón. Y me dejó pensando.

Después de una noche dándole vueltas al asunto llegué a una respuesta que me resonó como genuina. Una cosa no tiene nada que ver con la otra, aunque ni siquiera yo me hubiera dado cuenta. Mi felicidad y mi tristeza son mías, provienen de mi interior, están conmigo cuando despierto y cuando me gana el sueño; me las llevo de viaje cuando me agarra el espíritu aventurero y camino por el mundo para empaparme de él; también me las llevo conmigo cuando, inútilmente, quiero huir de ellas y convertirme en ermitaña en el rincón más alejado del mundo. Ya me pertenecían cuando me enamoré de su papá; venían bordadas en el velo de novia que se puso mi corazón cuando nos casamos; me acompañaron las dos décadas que duró nuestra historia de pareja, y para cuando nos divorciamos seguían ahí, inamovibles. A algunos años de distancia, cuando me asomó para ver si todavía están conmigo me doy cuenta que sí. No las he perdido y lo más probable es que no las pierda en mi tiempo de vida. Su origen soy yo, su fuente de existencia está en mi mente, y lo que suecede afuera de mi, es apenas una brisa que pasaba por ahí cuando la avalancha de emociones estaba ya por desprenderse, montaña abajo, por mi vida. Y sí, la brisa debe sentirse muy poderosa cuando, al pasar, mira "lo que provocó", pero no sabe que no fue ella quien provocó la avalancha, que su paso por ahí fue sólo una coincidencia, sólo eso.

De manera que no, mi niña. No soy más feliz ni me siento más triste porque me divorcié. A veces me siento triste porque olvido que siempre puedo optar por ser feliz. Gracias por recordármelo.

lunes, 23 de enero de 2012

El año del dragón: una ola en el tiempo.

Inicia hoy, de acuerdo al calendario chino, el año del Dragón de Agua. Y me llamó la atención porque hace 12 años, cuando nació mi hija, también era un año del Dragón. Celebrábamos la entrada del nuevo siglo y había un ambiente enrarecido por infinidad de voces anunciando el fin del mundo, la inminente caída de los sistemas informáticos a nivel internacional y, en el mejor de los casos, un gran caos generalizado. Nada de eso ocurrió.

A nivel personal podría decir que la profecía atinó en una cosa: el caos. No obstante, fue un caos asociado a la vida, no a la muerte. El mundo comenzó para Sabina, y no volvió a ser el mismo para mi. Desde entonces no respiro igual, no duermo igual, no pienso igual ni tomo decisiones igual. Soy otra en más de un sentido, y mi hija existe cuando antes no podía ni imaginarla. Terminó una etapa de mi vida, comenzó otra. Y así es la vida, ¿no es cierto? Una sucesión infinita de comienzos y finales: cada segundo termina, cada minuto, cada hora, cada día... Cada mañana termina, cada noche comienza, cada sueño, cada proyecto, cada amor, cada vida.

La vida es un aliento entrelazado con el que sigue, como formando un collar de instantes respirados, una cadena de momentos, paisajes, aromas, relaciones, sabores, caricias, conversaciones, parpadeos, pasos, movimiento, quietud. Un latido, un arrullo de estrellas y de rayos de sol, un oleaje de tiempo.

Hoy, después de doce años, el año del dragón vuelve a tomar aliento, tras una pausa de 148 lunas, renace. Comienza un nuevo ciclo a terminarse nuevamente... continuemos.