Alguien toca el piano suavemente dándole un aire aún más acogedor a este hostal para jóvenes en un ignorado pueblito camino al glaciar de Franz Josef, en la isla sur de Nueza Zelanda. La gente de Greymouth me recibió con tal calidez que tengo ganas de quedarme más tiempo del que me permite el itinerario que planée para poder recorrer la isla antes de regresar a su punta mas al sur y tomar el avión de vuelta a Melbourne. El hostal me evocó Tailandia o Indonesia trayendo a mi memoria recuerdos imborrables de otros tiempos. Estoy rodeada de gente tan joven como lo era yo en esos otros tiempos... Salvo podrian ser mis hijos!)
Todos se mueven con gran naturalidad de sus dormitorios compartidos a la cocina, a la lavandería, al jardín trasero para montaras en una bici y salir a explorar la playa cercana; cambian del inglés a su lengua materna y de regreso una y otra vez, comparten comida, recetas, tips de viaje y direcciones de correo constantemente, y cuando se van no se despiden. Saben que se volverán a encontrar en el camino.
Cómo he disfrutado este ambiente desenfadado en el Global Village Hostel. También yo me puse el casco obligatorio y salí a pedalear hasta el punto desde donde me dijeron que podría ver el Monte Cook. Primer intento infructuoso: demasiado nublado. Me senté a contemplar a mi viejo amigo, el mar, mirando fijamente el horizonte por si las caprichosas nubes decidían seguir su camino y me dejaban asomarme a ver el pico más alto de esta tierra de playas, volcanes, lagos y rarísima fauna.
Cuando volvía al hostal, haciendo equilibrio con mi bolsita de súper para la cena, volvió a salir el sol... Escurridizo Cook, ya lo veré mañana. Por ahora dejo el teclado y voy a la cocina porque alguien está horneando pan y ¡huele delicioso!
P.D. Mañana es Navidad... Ni se nota.
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