¡Volar fue increíble! Lanzarse al vacio corriendo a toda velocidad desde el Pico de Coronet a 1646 metros de altura tratando de no mirar hacia abajo; admirar la vastedad del bosque desde arriba, las copas de los árboles en forma de abanicos redondos, el filo de las laderas alzándose hacia el cielo, la amplitud del valle de Queenstown, el lago Wakatipu a lo lejos y la Bahía de Queenstown al alcance de la mano; dejarse hipnotizar por el añil de la cordillera de los Remarkables, bellísimas montañas que en el invierno sirven como base para ski, o simplemente sentir el vértigo al disminuir la altura en picada o al montarse sobre una corriente de aire que te alborota el cabello, es algo que hay que vivir... Es como convertirse de pronto en águila y surcar el cielo como si fuera propio, es como estar soñando olvidándose del papalote gigante que te sostiene en el aire, es casi como no tener cuerpo, como ser viento o nube o polvo liberado, es libertad y arrobo, gozo, éxtasis. Hay que volar para seguir volando cuando volvemos a poner los pies sobre la tierra. Ya estoy aquí, escribiendo, y aun me siento cielo.
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