
Imagina dos mares que se juntan de pronto, en la más inesperada de las coordenadas de este mundo. El choque de mareas, de ritmos y vaivenes, de temperaturas, de densidades, faunas y floras debe ser confuso. Pero eventualmente lo logran: sincronizan su impredecibilidad y se vuelven un solo cuerpo de agua, se reconocen, resuenan como notas afinadas y esos dos universos comienzan a danzar un imposible tango al infinito.
Así nos pasa a los seres humanos con cada nuevo encuentro de pieles, de labios, de manos, o hasta de miradas... cada vez que tropezamos por primera vez o por enésima con otro, dos eternidades colisionan y comienza de nuevo la creación. Somos un bing en potencia, o un bang latente. Pero para ser big bang, hacen falta por lo menos dos.
¡Qué milagros colosales se generan con tan sólo dos presencias!
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