
Conversamos poco, nos vimos en contadas ocasiones, pero su sonrisa lo decía todo. Su sonrisa y ese ritmo pausado pero estable que tienen quienes cuidan de los demás sin descanso. Se fue sin dolor y en compañía; se fue de pronto para no hacer sufrir a quienes lo querían; se fue y dejó huellas amorosas hasta en mi, que apenas lo conocí y aprendí a apreciarlo.
La última vez que lo vi, hace 9 meses, le regalé un sombrero de plumas rosas para su disfraz de la Catrina. Se lo puso de inmediato y sonrío, como sonreía siempre, profundo, genuino, inocente, travieso. Yo lo miré y tuve ganas de conocerlo más para que jugáramos juntos, tuve ganas de tener más tiempo para conversar mirándole los ojos sinceros, tuve ganas de quererlo mucho aunque no tenía motivos. Y entendí lo mucho que todos lo querían. Me despedí de él sin saber a ciencia cierta si volveríamos a encontrarnos, pero deseando que así fuera.
Hoy sé que ese reencuentro no será posible en esta vida. Pero mi paso fugaz por sus dominios me lo dejó acomodado en el corazón y aquí lo guardo, para alimentar mi sonrisa en el camino.
Descansa en paz, Joel. Y que los tuyos encuentren la paz en tu recuerdo alegre.
me gusta lo que escribes ,te creo me transportas,gracias amiga..
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