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lunes, 9 de noviembre de 2009

De las libertades

"La libertad no hace felices a los seres humanos.
Los hace, simplemente, humanos."
Manuel Azaña

"Subordino todos los demás valores, al valor de la libertad". Siguen resonándome estas palabras de Rosario Green, última embajadora de México en lo que fuera la República Democrática Alemana (RDA), cuando fue entrevistada en el noticiero de Radio UNAM, esta mañana. Contaba cómo vivió ella la tarde del jueves 9 de noviembre de 1989, en que cayó el Muro de Berlín. La noticia salió al aire en el noticiero de la radio durante los pocos minutos que le tomaba caminar de la Embajada a la Residencia. Así que cuando llegó a su casa, encontró a sus hijos saltando y celebrando la noticia que acababan de escuchar. Me encantó algo que dijo: "la gente de Alemania Oriental tenía mucha curiosidad de pasar al "otro lado" para ver si su calle se seguía llamando igual después de muro, para ver si la numeración continuaba... y los berlineses de Alemania Occidental los recibían con chocolates."

¡Cuántas imágenes tan emotivas se evocan de aquel día tan significativo en la historia contemporánea! Manifestantes golpeando el muro con picos ante los soldados que, sin órdenes de disparar los miraban impávidos; reencuentros de familiares después de 28 años; berlineses de un lado ayudando a trepar el muro a berlineses del otro lado; caras incrédulas, temerosas de creer que sea verdad, temerosas de creer que no lo sea; incertidumbre, miedo, emoción, esperanza.

Y es que no todo era tan claro. Por supuesto que la caída del muro implicaba libertad, y eso ya era para celebrarse, sin lugar a dudas. No obstante, también representó para muchos la caída de un sueño: de la utopía que ofrecía el socialismo, la lucha contra las desigualdades y la lucha de clases. Era una muestra clara de que el modelo se había desmoronado.

"Y sin embargo, viendo caer la muralla, uno como ser humano no podía más que alegrarse. El sentimiento predominante en esos días, fuera uno de izquierda o de derecha, era de alegría. Emocionaba ver a los jóvenes derrumbar el muro y abrazarse los de un lado con los del otro, con las lágrimas corriéndoles por las mejillas. El gesto aquel era tan razonable, tan profundamente trascendente la aspiración de romper las barreras que uno se daba cuenta de que el fenómeno superaba las ideologías y apuntaba a la realidad de que la libertad y las posibilidades humanas se resisten a los muros tanto de ideas, como de concreto o de púas."(1)

Poco tiempo después de que se abrieran las fronteras, pasé un año nuevo cruzando de una Alemania a la otra "libremente". Lo entrecomillo porque, si bien la libertad de tránsito ya estaba instaurada, mi libertad personal era precaria. Estaba donde no quería estar y con quien no quería estar, haciéndonos pasar a ambos un muy mal rato (¡perdón! 20 años después...) He cometido ese error muchas veces a lo largo de la vida. Como lo demostró la caída del muro, no es suficiente con derribar el concreto, como no lo es tampoco proclamarse a uno mismo libre para serlo de verdad. Hace falta construir la libertad: la externa, pero especialmente la interna.

El día de hoy, pues, celebro el vigésimo aniversario de la caída del muro -y los cuarenta años que llevo construyendo mi incipiente libertad, hoy menos precaria que hace veinte años, sin duda. Celebro la libertad y la posibilidad siempre latente de ejercerla en lo personal y doméstico, tanto como en lo público y social. Y lo celebro porque, en ello, es posible encontrar aunque sea un poquito de plenitud.

(1) Belli, Giocconda. "Lo que cayó con el muro". Consultado en su página web el 9 de noviembre de 2009.

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